A mi Pie Pequeño


Pie pequeño, déjame guiar tus pasos.
Pie pequeño, déjame seguirte en tu andar.
Pie pequeño, déjame entrar en tu vida.
Pie pequeño, déjame vivir en tu niñez.
Pie pequeño que alegras mis días
Déjame alegrarte los tuyos.
Con tus dientes temerosos de salir,
Con tu sonrisa invadiendo mi espacio
Con tus manos suaves y tus deditos de algodón
Logras transformar todo a color.
Mi juguete, mi bebé, mi pequeño gran hombre
Cuanto amor despiertas en mi,
Cuantos sueños te quisiera cumplir.
Cuan agradecida estuve
El día que en mis brazos te tuve.
Tan chiquito tu corazón y tan grande tu amor
Que me hacen querer ser mejor
Compartir tus alegrías
Y curar tu dolor.

No pienses, no hables, no te atrevas.


"Al que piensa, se lo condena; al que habla, se lo calla; al que se atreve, se lo reprime. Por eso, no pienses, no hables, no te atrevas". Este era el legado tácito, incógnito de la dictadura militar argentina de 1976. Los roles de lo prohibido y lo permitido de cualquier sociedad civil, estuvieron invertidos en Argentina, durante siete años. Siete años grises, pesados, extensos,  malignos, destructivos. Años de secretos, de misterios, de sufrimiento, de personas sin identidad, perdidas, desaparecidas. No pienses, no hables, no te atrevas.
El “Proceso de Reorganización Nacional”, fue en realidad un proceso de desorganización, de desinterés por los Derechos Humanos, de rompimiento de las bases de toda sociedad. Se desarmaron familias, se cultivó el pánico, se separaron bebés de sus madres, se violaron, ultrajaron, irrespetaron y burlaron, los derechos de las personas por gusto y placer de los dictadores.
No pienses, no hables, no te atrevas. Cansado hasta el hartazgo, de esta situación, un miembro del sector más silenciado, un padre víctima de la desaparición de su hija se animó a hablar. Cumpliéndose un año de la llegada de los militares al gobierno, el periodista argentino Rodolfo Walsh, escribió una carta abierta a la junta militar. La carta destinada a toda la junta y abierta a la lectura pública llego tan rápido a manos del poder, como la muerte al periodista. 
No pienses, no hables, no te atrevas. El atrevimiento, el pensamiento y el accionar eran castigados despiadadamente. Las reglas de juego de quienes se habían impuesto en el gobierno, debían cumplirse y quién no lo hacía debía cumplir con la prenda del juego: entregarse a la autoridad y a la buena de Dios. 


Y ahora, ¿qué?


¿Quien nos ve andar por la ciudad si están todos ciegos? ¿Qué va a pasar conmigo de ahora en más? ¿Por qué me llevan? ¿Por qué no me ayudan?
Voy caminando y escucho voces mudas, ojos que ven ciegos, oídos sordos que escuchan los gritos del terror. Un silencio ensordecedor me invade, me ahoga, me abandona entre tanta gente. A cada paso una pausa filosa me divide el alma del cuerpo, la psyquis del físico. Repaso internamente cada uno de mis ideales, de mis motivos de lucha, de mis debates. Nunca había temido, siempre había estado convencido de lo que quería, de lo que hacía y decía, pero esta vez no. Esta vez tengo miedo, y no sólo por mí sino por mi familia.
En unas semanas habían desaparecido, sí, desaparecido, amigos, compañeros, vecinos. Habían desaparecido, como desaparece o se pierde una moneda, un pendiente, no se supo más su paradero. Desaparecieron de sus casas, de sus trabajos, se esfumaron en la calle, a la vuelta de clases, desaparecieron. Los arrebataron como un ladrón a una cartera, en un movimiento brusco y rápido se los arrancó de su rutina, de sus vidas, de su identidad. Rostros felices se iba, se perdían, ya no estaban. ¿Dónde estarán? ¿Con quién? ¿Qué comerán? ¿Quién los cuidará?
Muchas preguntas y pocas respuestas dan vueltas por mi mente. Nadie piensa en su familia, esa familia que perdió un integrante, que quedó manca, o renga, incompleta. Se borraron sonrisas, brotaron llantos, los días son grises, oscuros como los hombres de hierro que pretenden imponer orden, desordenando todo. El afán por reorganizar un país, desarmando hogares, derrumbando los cimientos de la sociedad. Y de nuevo me encuentro conmigo, en las calles frías,  pensando en todo esto, preguntando y respondiéndome solo, inmerso en mis pensamientos, con el cuello de la campera tapándome el rostro, escondiéndome.
Algo me saca de mis ideas, un auto se acerca y frena. Es de color verde, ese verde que tanto le gusta a mamá se apodera de mi y me traga, unos brazos fuertes luchan contra los míos, nadie escucha mis gritos, ni responde a mis suplicas. Nadie se entromete.
Un pie me golpea tan fuerte que caigo sobre algo con forma de alguien. Su boca ocupada por un pedazo de tela emite un llanto interrumpido, un llanto femenino, de pelo largo y curvas jóvenes. Trato de apartarme, de quitarle mi peso, de darle fuerzas. Todo es oscuro, confuso, sin salida.
Con los ojos tapados pierdo el sentido de ubicación, pero sé, sé que estoy en un lugar, sé que hay gente en la misma situación, sé que estamos vivos porque respiramos, sé que me duele hasta pensar, sé que soy mas fuerte de lo que creí, pero hay muchas cosas que no sé y me asustan. Alguien se acerca, me tira, sólo espero reaparecer algún día, en algún lugar, en algún acto de justicia, recuperar mi identidad.


Texto basado en el escrito por Elena Poniatowska: "Los desaparecidos"

Hacer la patria


Desde el noroeste argentino, varias muchachas de pelo oscuro y ojos tristes cargadas con bolsos llenos de ropa, costumbres e ilusiones desembarcan en la gran ciudad. La nueva casa tiene todo lo que ellas no conocen y  lejos quedan los platos de loza y las grandes cacerolas. La fascinación por lo nuevo las deja con las bocas abiertas y las trenzas a medio armar.
La casa les abre sus puertas para progresar, para cambiar de aire, y entre labor y labor el peso de la superioridad se hace notar cada vez mas.
La mano fría del “Señor” se mete entre las polleras y la sienten sobre la piel curtida y seca por las largas tardes de trabajo en su tierra madre. Comienza en el muslo firme y alimentado y sube hasta la cintura, al mismo tiempo que la ira y la impotencia crecen y se amontonan en la garganta. El grito se hace filoso y como un cuchillo les corta la faringe cuando tratan de acallarlo mientras una sombra la tira sobre una cama y obra a su gusto.
Las jóvenes obedecían día a día las órdenes de la “señora” y complacen silenciosas los deseos del “señor”. La tristeza de sus caras se agraba y sus ojos caidos se entornan invadidos de bronca e inferioridad.
El desdichado destino de las chicas de la limpieza, como gustan llamar las dueñas de casa, es conocido en el centro del país donde se cree que es la totalidad y que las provincias son colonias explotables. Todos saben, pero todos callan o repiten.

Texto basado en el escrito por Elena Poniatowska: "Ángeles de una noche"

Un acto de Fe


“Sólo hay que tener Fe”. Desde chica escuché esa frase repetirse. Antes de una evaluación, de una visita al médico, de una crisis económica, todo cambio llevaba consigo una cuota de Fe. ¿Pero qué era la fe? Durante tiempo busqué la respuesta. La más rápida era: aferrarse a algo, o a alguien. Sin embargo, un gran embajador de la Fe y la espiritualidad como lo es el Sai Baba, predicaba lo contrario. Él solía decir que no debemos aferrarnos a nada ni a nadie en al vida, sólo a un ser superior, ¿Cómo él?, parece que si. Y ahí volvían mis preguntas, ¿Cómo sabremos que es un Ser Superior? Por sus milagros o ¿por sus milagros? Sus milagros son un tanto extraños, nunca pude creerlos, me parecían armados estratégicamente. Creía que la respuesta se encontraba yendo al lugar, a la tierra del Sai Baba, a la India, pero… ¿Pero qué pasaba todo era mentira? Quizás todo era tan perfectamente ficticio, tan verdaderamente falso, o no.
Al conocer en profundidad a Sathya Narayana Raju Ratnakara, todo se me aclaró. La espiritualidad siempre se me presentó en colores pasteles, claros, blancos, tonalidades que denoten luz, pero Sathya, vestía un color anaranjado que llamaba totalmente la atención consternando a cualquier alma necesitada.
En ese momento, al conocerlo mejor, llegué a la conclusión de que era un Ser superior, sus intenciones, su avaricia, su descaro y su don de engaño son superiores a cualquier argentino, y eso que es su mayor talento.
Realmente, y a los ojos de muchos ciudadanos no es concebible que una persona de tales características logre guiar espiritualmente a miles de personas. La vulnerabilidad humana es el mejor aliado del enemigo, porque le ayuda a actuar contra la voluntad del otro. En un momento de debilidad, es cuando se recurre a la Fe, y es ahí donde personas como Baba, encuentran el momento propicio para el engaño. La respuesta todavía no aparece, pero si se me aclararon ideas, y la fe es sólo eso, Fe, en lo que cada uno quiera tenerla. Está, lista para ser utilizada, pero Bussines are Bussines y el tiempo es dinero, por eso quien lo descubre primero, se enriquece primero.


Texto basado en el escrito por Martín Caparrós: Dios mio.

Tan joven y tan viejo



La frustración se agolpaba en los pechos esperanzados de profesión de los jóvenes que dejaban sus hogares para mudarse a la gran ciudad. La ciudad que les daría una identidad, un titulo universitario, un lugar en la sociedad en la que aún no formaba parte. Dejaban atrás al niño que dependía de la orden de su padre para transformarse en hombre, responsable de sus actos, jefe y súbdito, espía y testigo de su propio accionar.
Las paredes ajeadas, empapadas de años, de años de vigencia, de años de estudio, eran quienes recibían a los nuevos visitantes. Su piel albiceleste denotaba su desgaste, su vejez. En sus ladrillos aun resonaban las infinitas voces de los estudiantes que las utilizaron como puente directo, sacrificado, que los llevaba de la adolescencia a la adultez.
El incipiente estudiante, recibía un abrazo frío, una bienvenida poco cálida, una desazón que afortunadamente no opacaba su vocación, sus ansias de pronta personificación del deseo en realidad.
Los primeros días los transcurren entre presentaciones, nuevas amistades, asombro ante lo desconocido. Son días de que recordaran cuando viejos, fotos mentales que guardaran toda su vida.
El malestar se hizo mayor cuando una voz tenue y desinteresada comunicaba terminantemente que llegaba el momento de ser nómades. Contaban con estudios, capacitación, personal entrenado para moldear a un nuevo profesional, pero no tenían cimientos.
No se generaría sentido de pertenencia, de sentimiento por la institución. Atrás quedaban las paredes tristes y asomaban las alegres y coloridas esteras del nuevo centro de encuentro. El préstamo tácito y conformista de un lugar que no es el indicado, que no es el adecuado, que simplemente no es.

Texto basado en el escrito por J. Martí: " El terremoto de Charleston"

El túnel - E S






En todo caso había un sólo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida.-