¿Quien nos ve andar
por la ciudad si están todos ciegos? ¿Qué va a pasar conmigo de ahora en más?
¿Por qué me llevan? ¿Por qué no me ayudan?
Voy caminando y escucho voces mudas, ojos que ven ciegos, oídos
sordos que escuchan los gritos del terror. Un silencio ensordecedor me invade,
me ahoga, me abandona entre tanta gente. A cada paso una pausa filosa me divide
el alma del cuerpo, la psyquis del físico. Repaso internamente cada uno de mis
ideales, de mis motivos de lucha, de mis debates. Nunca había temido, siempre
había estado convencido de lo que quería, de lo que hacía y decía, pero esta
vez no. Esta vez tengo miedo, y no sólo por mí sino por mi familia.
En unas semanas habían desaparecido, sí, desaparecido,
amigos, compañeros, vecinos. Habían desaparecido, como desaparece o se pierde
una moneda, un pendiente, no se supo más su paradero. Desaparecieron de sus
casas, de sus trabajos, se esfumaron en la calle, a la vuelta de clases,
desaparecieron. Los arrebataron como un ladrón a una cartera, en un movimiento
brusco y rápido se los arrancó de su rutina, de sus vidas, de su identidad.
Rostros felices se iba, se perdían, ya no estaban. ¿Dónde estarán? ¿Con quién?
¿Qué comerán? ¿Quién los cuidará?
Muchas preguntas y pocas respuestas dan vueltas por mi
mente. Nadie piensa en su familia, esa familia que perdió un integrante, que
quedó manca, o renga, incompleta. Se borraron sonrisas, brotaron llantos, los
días son grises, oscuros como los hombres de hierro que pretenden imponer
orden, desordenando todo. El afán por reorganizar un país, desarmando hogares,
derrumbando los cimientos de la sociedad. Y de nuevo me encuentro conmigo, en
las calles frías, pensando en todo esto,
preguntando y respondiéndome solo, inmerso en mis pensamientos, con el cuello
de la campera tapándome el rostro, escondiéndome.
Algo me saca de mis ideas, un auto se acerca y frena. Es de
color verde, ese verde que tanto le gusta a mamá se apodera de mi y me traga,
unos brazos fuertes luchan contra los míos, nadie escucha mis gritos, ni
responde a mis suplicas. Nadie se entromete.
Un pie me golpea tan fuerte que caigo sobre algo con forma
de alguien. Su boca ocupada por un pedazo de tela emite un llanto interrumpido,
un llanto femenino, de pelo largo y curvas jóvenes. Trato de apartarme, de
quitarle mi peso, de darle fuerzas. Todo es oscuro, confuso, sin salida.
Con los ojos tapados pierdo el sentido de ubicación, pero
sé, sé que estoy en un lugar, sé que hay gente en la misma situación, sé que
estamos vivos porque respiramos, sé que me duele hasta pensar, sé que soy mas
fuerte de lo que creí, pero hay muchas cosas que no sé y me asustan. Alguien se
acerca, me tira, sólo espero reaparecer algún día, en algún lugar, en algún
acto de justicia, recuperar mi identidad.
Texto basado en el escrito por Elena Poniatowska: "Los desaparecidos"